domingo, 15 de septiembre de 2013

CULTURA

La cultura tiene sus raíces en la tierra

Kultur, kultura, culture, kulturo, Κουλτούρα, cultuur, cultură…  son diferentes maneras de denominar lo que nosotros llamamos ‘cultura’

La primera acepción que el diccionario nos da para este término es la de cultivo. En verdad, el término procede (como tantos)  del latín  cultura y hace referencia al verbo latino colo. Este verbo viene a significar cuidar.
En la antigua Roma, por supuesto, cuidaban las tierras que ofrecían el sustento para la familia de cada uno (el hogar) y para la familia de todos ( la res publica).  Debían aplicar cuidadosamente todo el saber aprendido para obtener tan valioso tesoro: los alimentos. Este saber englobaría supuestos basados en la técnica y a su vez en la superstición.
Precisamente el dominio de las tierras y del “cuidado de éstas” movió la primera guerra mundial entre los hombres del mundo conocido: Roma ansió el dominio de las fértiles tierras sicilianas y su producción de grano.
Sin embargo, la última de las acepciones que nos indica el diccionario está vinculada al culto religioso. En efecto, los primitivos romanos cuidaban de las tierras con veneración. No sólo significaban alimento.  Convertidas en recinto sagrado (munus), aquellos romanos enterrarían en las tierras de su propiedad, los restos de sus antepasados. Así, sería el lugar donde el paterfamilias iba a reposar eternamente y para ello, deberá asegurarse un primogénito que garantice su descanso. El primer varón será el responsable de velar por la correcta realización de los ritos familiares secretos para venerar a los ancestros. Con lo que la herencia de la tierra implicaba necesariamente el culto a los antepasados familiares allí enterrados. ¡Pobre Tiberio Graco!  apaleado, lanzaron su cuerpo sin vida al río; al negarle la sepultura, le infringieron  el peor de los castigos: condenaron a su espíritu a vagar sin descanso por siempre. Mucho debió sufrir Ovidio su destierro, exiliado en el lejano Ponto, jamás su espíritu encontraría la paz.
Es más, para la fundación de cualquier ciudad, era necesario, en primer lugar, delimitar su recinto sagrado. Rómulo lo marcó con un arado, cavaron un pequeño foso en su interior y allí, tanto él como la comitiva de patres presentes, lanzaron un puñado de tierra procedente del lugar sagrado donde cada uno, en su respectiva patria, tenía enterrados a sus antepasados. Se establece así el vínculo definitivo con la nueva patria. Tuvo la osadía Remo, su hermano, de burlarse de estos asuntos tan serios y lo pagó con su vida.
Por otra parte, los romanos también “cuidan” los dioses, se les rinde culto para que sean benévolos con la cosecha de los campos y con la cosecha de “suertes” para los humanos. En este sentido, los romanos fueron muy estrictos en sus ritos, que se traduce en piadosos, como lo entiende  John Scheid, dentro de una religión muy cultual. El culto en sí mismo, es decir, la forma en la que se realizan los ritos es lo que realmente importa en toda ceremonia: se debe emplear las palabras justas, los gestos apropiados, el lugar adecuado… y sólo unos pocos – muy selectos dentro de la alta clase social- tendrían el privilegio de conocer este secreto formato e interpretar la voluntad de los dioses (y de paso, decidir el futuro de Roma) establecidos en 12 colegios sacerdotales para atender los cultos religiosos..
Hasta aquí,  el diccionario nos ha relacionado la cultura con el cultivo de la tierra y con el cultivo de los dioses. Pero eso no es todo: -cultura es un gran sufijo. La apicultura, avicultura, piscicultura, ostricultura, colombicultura y cunicultura, … entre otras y, con gran tradición, nos anima a que cuidemos de los animales. También, gracias a la puericultura podemos cuidar de nuestros más pequeños.  El cultor era el que adora o protege. De ahí que el agricultor adorase a los númenes con  la misma vehemencia que se encargaba de sus campos.  Y con la agricultura, volvemos otra vez a cuidar de los productos que nos ofrece la tierra: floricultura, fruticultura, horticultura, oleicultura, olivicultura… 
Gran afición tenía el gran Cicerón por todas esas actividades agrestes. Amaba sus inspiradoras  tierras de Tusculum, donde se retiró a escribir prosa y poesía. Precisamente allí, en el año 46 a. de c, dos años antes de su muerte escribiría,  Tusculanae disputationes, donde resulta ser el primero en establecer la metáfora del campo con las actividades y virtudes humanas empleando el término cultura como “cultura animi”, en su libro segundo.  Entendemos, entonces, la segunda acepción que nos da el diccionario de la Real Academia Española cuando dice que “cultura” es un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.

Por último, el diccionario menciona un uso colectivo del nuestro término definiendo la cultura como un conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Así, podemos aplicar el término a la cultura micénica, para hacer referencia a la civilización prehelénica del final de la Edad de Bronce, de la misma manera que Claude Chastagner puede  hablar de “la cultura del rock” surgida entre la década de 1950 y 1960 para referirse a una juventud occidental que construye un universo con leyes, códigos y valores propios alrededor de una música nueva e intensa: el rock.
Con todo, podemos afirmar que, si la incultura es precisamente la negación de todo lo anterior, tanto en el plano real como en el figurado, entonces debemos rechazarla y condenarla. Pues significa que estamos negando la capacidad de cuidar la tierra, de cuidar lo sagrado, de cuidar nuestro ánimo y de nuestra comunidad.
Por ello, el “reto de la cultura” debe contemplar una apuesta que garantice una Educación capaz de llenar a a las personas de todos estos conocimiento y experiencias – con aurea mediocritas-  no sólo en la parte de las destrezas técnicas,  sino también en las del ánimo. 

lunes, 2 de septiembre de 2013

OS ORIS : boca



Boca se decía en latín clásico OS, palabra de la que sólo nos han quedado algunos cultismos en español, como por ejemplo el diminutivo ósculo, literalmente “boquita”, usado con el significado de beso respetuoso o afectivo que se da con la boca cerrada, o el curioso verbo oscilar, que significaba moverse o balancearse como hacían los OSCILLA, o mascarillas que se colgaban de los árboles como ofrenda  a varias divinidades, sobre todo al dios Baco en relación con la cosecha de las viñas. Los OSCILLA eran por lo tanto boquitas o, tomando la parte por el todo, caritas.  Como los OSCILLA se movían cuando soplaba el viento, el verbo OSCILLARE pasó a significar moverse por efecto del viento, y de ahí nuestro oscilar y nuestras oscilaciones.
La raíz OS se convierte en OR- modificada en función de la aplicación de lo que se conoce como ley del rotacismo, por la que una –S- entre vocales se convertía en –R-, por ejemplo rus en singular, el campo, y rura, en plural, los campos, de donde tenemos los adjetivos rústico y rural. El plural de OS, como neutro que es, era *OS-A, que por el rotacismo pasó a OR-A. De ahí procede el cultismo oral, relativo o concerniente a la boca;  orificio, utilizado por extensión para cualquier abertura o agujero, y el verbo orar con su significado de “hablar por la boca y pedir algo” y su numerosa corte de derivados como: orador, oratoria, oratorio, oración, oráculo, adorar, e inexorable, uno de esos palabros que tanto gustan a los políticos, un imble, como los llama Rafael Sánchez Ferlosio a los adjetivos que empiezan por “in”, que es el prefijo negativo,  y que acaban por “ble”, sufijo que significa que algo puede ser y que es susceptible o digno de algo, pero que al estar negado por el prefijo resulta que no, que es imposible, que es el paradigma de todos ellos. Inexorable: que no se puede conseguir con ruegos oratorios y por lo tanto es inevitable.Gustan nuestros políticos de convertir estos adjetivos que les son tan gratos en adverbios en -mente, con lo cual crean unas palabras inexorablemente largas y monstruosas, cuyo significado último es que la realidad es como es y que las cosas son como son y que ellos no van a cambiarlas.
Pero nuestra boca, la castellana, catalana, gallega y portuguesa,  no viene del culto OS, sino de la palabra latina más vulgar BUCCAM, de donde proceden también el francés bouche, el italiano bocca y boccata, y el rumano bucal. 
La evolución de BUCCAM es muy sencilla: Tras la pérdida inexorable de la -M final de los acusativos latinos, que sólo conservamos en latinajos como currículum,  referéndum, médium y demás, BUCCA,  la U breve y tónica cambió su timbre a O,  BOCCA, y la C geminada se simplificó, BOCA.
Como derivado culto de BUCCAM tenemos el adjetivo bucal, palabras patrimoniales tenemos muchas más, como por ejemplo bocado y bocadillo, que, como diminutivo de bocado, significaba en principio pequeña porción de comida, y que hoy en día entendemos siempre metido en un panecillo abierto en dos mitades. El término coloquial bocata -¿tomado del italiano boccata?- que vale por bocadillo también procede en último término de BUCCAM.
Bocanada es otro derivado de boca, que en principio alude lo que se puede tener en la boca, líquido, humo o, simplemente,  aire fresco.
El verbo boquear significa en principio abrir la boca, aunque también puede connotar expirar, es decir, llegar al final porque uno lo hace por última vez.
El boquerón, también llamado bocarte,  es un pez similar a la sardina, aunque más pequeño, con el que se preparan las anchoas cuando se mete en salazón, y que se denominó así por su gran boca un tanto desproporcionada con el resto del cuerpo.
Un boquete es una brecha o rotura en una pared o muralla, una boca que se le abre a algo, metafóricamente hablando.
Boquilla es un diminutivo de boca, con varios significados relacionados con instrumentos musicales o con el tabaco, entre otros.
Un bocazas es alguien que habla por los codos, más de lo que aconseja la discreción, alguien en definitiva que no tiene en cuenta que por la boca muere el pez y que en boca cerrada no entran moscas. Es preciso hacer apología del silencio en un mundo tan ruidoso como en el que nos ha tocado vivir.
El verbo abocar también deriva de boca. Tenía un significado primitivo de derramar el contenido de un recipiente en otro, para lo que es menester arrimar las bocas de ambos, y de ahí ha desembocado en acercarse a la supuesta “boca” de algo, por ejemplo en una frase como: Muchos jóvenes están abocados al paro.
Otro verbo derivado de BUCCAM es embocar, que en principio significa tragar algo con la boca,   y su contrario desembocar, que significaría salir como por una boca, como hacen los ríos cuando desaguan en otro río, en un lago o en la mar salada.

 Desbocar es otro verbo que se utiliza sobre todo cuando se habla de caballos desbocados, es decir, que no obedecen al freno que se les pone en la boca.
De bucca probablemente existió en latín vulgar un adjetivo *bucceus o *buccius “relativo a la boca”, que aunque no está atestiguado, explica el origen de nuestro bozo, el nombre del vello que apunta sobre el labio superior de los jóvenes antes de salirles la barba, y, derivado del bozo sería el bozal, que se les pone por ejemplo a los perros para que no muerdan, con lo que se les tapa la boca.
Embozar sería cubrir la parte inferior del rostro, de ahí que el embozo de la sábana de la cama sea la doblez que toca al rostro, propiamente a la boca. Y de ahí no hay ya más que un paso para explicar el significado de rebozar: cubrir y por lo tanto ocultar el rostro con la capa o el manto, y,  pasando a la gastronomía, recubrir un alimento con huevo batido, harina, pan rallado, miel, y un largo etcétera.
Hay además en nuestra lengua numerosos compuestos cuyo primer elemento es la boca que nos ocupa: bocacalle, bocamanga o boquiabierto, que no necesitan mucha explicación.
Posiblemente, la palabra buche, con el significado habitual de bolsa o papo que comunica con el esófago de las aves donde se reblandece el alimento, y,  por extensión,  estómago en general, y sus derivados embuchar y desembuchar  podría derivar también de ahí. 
En Roma se encuentra una de las bocas más célebres del mundo,  la Bocca della Verità, es decir, la boca de la verdad. Un rostro de mármol en forma circular ubicado en la iglesia medieval de  Santa Maria in Cosmedin,  ante el que hacen cola los turistas que visitan la ciudad eterna para hacerse la típica foto metiendo su mano en la boca.    La máscara, que tiene un diámetro de algo más de un metro y medio, data del siglo I, y representa un rostro masculino con barba en el cual los ojos, la nariz y la boca están perforados y huecos. Probablemente este mármol fuera una fuente o la tapa de una alcantarilla, hallado como fue cerca de la Cloaca Máxima.
Cuenta la leyenda que el que mete su  diestra en la boca debe hacer alguna afirmación ante los presentes; si esa afirmación no fuera cierta,  se cerraría la boca de la verdad y el que ha metido la mano la perdería de un  mordisco de la marmórea efigie, quedándose manco para siempre. ¿Alguien se atreve a meter la mano, después de esto, y decir algo en el acto que sea verdadero de verdad? ¿Qué hará la bocca della verità si le decimos algo así como que la verdad es que no hay verdad?